Consulta de Psicología

 
EL APRENDIZAJE INADECUADO DEL MIEDO
Dirigido especialmente a los siguientes trastornos: Pánico, Agorafobia, Obsesiones, Hipocondría, Fobias específicas, Fobia social y Ansiedad Generalizada.
Desde el comienzo de la vida, el ser humano cuenta con un potencial innato, una herencia biológica, genéticamente transmitida, que representa la materia prima, la esencia a partir de la cual puede empezar a construir su personalidad.
La herencia de unos rasgos morfológicos y fisiológicos determinados ha supuesto para la especie humana, el resultado de un largo y sofisticado proceso de selección natural que ha tenido como fin último la adaptación al ambiente.
Así por ejemplo, el llanto en el recién nacido es una conducta innata de la especie humana que tiene como misión asegurar su autoconservación, pues gracias a ella, ha podido sobrevivir. La selección natural ha eliminado los genes de aquellos antepasados nuestros, cuyo llanto era débil o que tardaba en manifestarse puesto que de esta forma, dejaban de avisar a sus madres del peligro del depredador que les acechaba en la sabana.
El bebé ignora por completo la utilidad del llanto, de esta conducta adaptativa grabada en sus genes que ha perdurado a lo largo de los siglos favoreciendo nuestra supervivencia. Sencillamente la expresa a fuerza de pulmón. Sin embargo, a medida que crece e interactúa con su entorno, su cerebro madura y es entonces cuando empieza a aprender que al llorar, obtiene alimento, caricias o abrigo, es decir, aprende a utilizar el llanto para conseguir la atención que necesita. Es pues a partir de este aprendizaje cuando el niño comienza a tener un control sobre su entorno y a moldear su personalidad que originariamente no estaba definida.
El papel del aprendizaje es fundamental a la hora de comprender por qué muchos de los mecanismos que hemos heredado de nuestros antepasados y que han hecho posible que estemos actualmente sobre la faz de la Tierra se vuelvan en un momento determinado desadaptativos y nos produzcan sufrimiento.
Este es el caso de la ansiedad, gran aliada del hombre primitivo, expuesto a tantos peligros cuando andaba por la selva. De pronto, oía un ruido y veía cómo un tigre con dientes de sable salía del follaje dispuesto a devorarle. ¿Qué hubiera ocurrido si no se le hubiera disparado en milésimas de segundo ese mecanismo de alerta en su cerebro avisándole del peligro inminente?.
Su cerebro inmediatamente envió la alarma al resto de su organismo: sus músculos se tensaron, su respiración se hizo rápida mandando abundante oxígeno a su corazón, la adrenalina cabalgaba libremente por sus venas, sus pupilas se dilataron...todo ello era una súbita preparación del organismo que tenía como fin luchar, o mejor dicho, correr y subir al árbol más próximo para ponerse a salvo y no ser devorado por aquel animal salvaje.
Gracias a la rápida y eficaz respuesta fisiológica de nuestro primitivo amigo, nosotros estamos aquí y cada vez que hay peligro tenemos la misma forma de reaccionar, a la que denominamos ansiedad.
Como podemos comprobar, una vez más, hemos heredado este poderoso mecanismo de la ansiedad que nos avisa de los peligros reales o que nos prepara para la acción, para la competición o para la lucha y que nos hace altamente eficaces en esas determinadas situaciones.
Sin embargo, ocurre que esa gran aliada nuestra puede llegar a traicionarnos. ¿Cuándo pasa esto? Cuando se dispara en momentos que no entrañan peligro real, en aquellas situaciones donde el riesgo es inexistente o la probabilidad de peligro es muy pequeña (miedo a volar, a conducir, miedo hacia determinados animales, a las alturas, al ascensor...) o ante situaciones donde sí hay algo que está en juego y se requiere una actuación especial, pero la ansiedad es desproporcionada (miedo a hablar o a tocar un instrumento en público, a los exámenes...). En estos casos, la ansiedad en vez de cumplir su verdadera misión, la de facilitar nuestra adaptación y hacernos eficaces, se convierte en boicoteadora de nuestros verdaderos fines produciéndonos malestar.
En el proceso de esta reversión, de pasar de ser facilitadora a ser boicoteadora, interviene el aprendizaje inadecuado del miedo, el cual es esencial para comprender por qué a partir de una mala experiencia que nos produce temor se acabe desarrollando finalmente un trastorno psicológico.
Pongamos el caso de una persona que un día tiene un accidente de coche. Sale afortunadamente ileso pero se asusta muchísimo. A partir de ese momento algo pasa. Cada vez que entra en su coche y se dispone a conducir, su mente se ve invadida por terribles imágenes de accidentes, sus pensamientos son catastróficos pues cree que va a morir inevitablemente y su cuerpo reacciona súbitamente con una gran cantidad de ansiedad: palpitaciones, taquicardia, sudoración, espasmos...Ha aprendido a asociar conducir (una situación que para él antes era neutral) con peligro. Sin embargo, si en ese momento estuviera en sus manos comprender que se trata de una falsa alarma provocada por la experiencia negativa que tuvo, que lo único que está ocurriendo es que su cuerpo ha disparado el mecanismo innato del miedo y que lo único que debe hacer es aguantar el trago hasta que se le pase, podría desconectar esta asociación mal aprendida, conducir-peligro, pues comprobaría que a pesar de lo desagradable del momento (más adelante explicaré por qué es tan desagradable), nada de lo que teme puede pasarle, es decir, comprobaría que sus temores son infundados y que no existe ningún peligro real, por mucho que se lo hubiera creído en el momento y acabaría controlando la situación sin más consecuencias.
Pero desafortunadamente, esto no suele ocurrir así. Los pensamientos acaban disparando, como ocurrió con el hombre primitivo, el sistema de alarma, provocando las reacciones fisiológicas y éstas, a su vez aumentan todavía más los pensamientos catastróficos, formando un bucle, un círculo en el que la persona se encuentra inmersa. Para ponerse a salvo reacciona saliendo del coche, conducta que en principio puede parecer lógica, porque al hacerlo así siente un alivio inmediato. Sin embargo, al realizarla, está conectando más la falsa creencia de que esa situación, coche-conducir, es realmente peligrosa y la próxima vez actuará evitando / escapando más y tendrá más miedo. Ha aprendido de esta forma a tener una fobia. En definitiva, está diciendo a su mente y a su cuerpo que lo que teme es verdaderamente peligroso y evitará conducir, subir en coche, etc. generalizando ese miedo a más y más estímulos que estén directa o indirectamente relacionados con él. Justo lo que cree que le está poniendo a salvo, le está manteniendo el miedo a largo plazo

El aprendizaje inadecuado del miedo se da en todos aquellos problemas emocionales que se basan en una desproporcionada ansiedad: fobias específicas, fobias sociales, agorafobia, pánico, obsesiones, trastorno de estrés postraumático, etc. Lo que cambia son los estímulos o situaciones que provocan el miedo y el contenido de los pensamientos de tipo catastrofista. En la fobia social, los estímulos serían las personas o las situaciones interpersonales, en las específicas determinados objetos o animales, en la agorafobia determinados lugares, en las obsesiones pensamientos concretos, en el pánico determinadas sensaciones fisiológicas etc.

Una de las razones por las cuales el ser humano huye fácilmente frente a las reacciones de temor, es la desagradable respuesta emocional que provoca el miedo. En el ejemplo del hombre primitivo, el mecanismo de la ansiedad se disparaba con el fin de prepararle para la acción: luchar, correr, trepar..., pero como hoy en día por lo general, no nos encontramos delante de ningún tigre feroz, no salimos corriendo despavoridos y como consecuencia, nuestro cuerpo cae en un estado de hiperventilación que provoca sensaciones extremadamente desagradables que, aunque inocuas y nada peligrosas, son difíciles de soportar.
El miedo es fruto de un aprendizaje inadecuado y puede desaprenderse utilizando la metodología adecuada. La investigación en Psicología ha demostrado que técnicas de tratamiento como la exposición in vivo consistente en un afrontamiento progresivo y controlado del miedo, es altamente eficaz para la superación con éxito de este tipo de trastornos, acompañado de otras técnicas dirigidas al control de los pensamientos y las emociones negativas.
El tratamiento cognitivo-conductual tiene éxito en la mayor parte de los casos (85-90%). Su eficacia se basa en teorías que han sido ampliamente demostradas por la investigación experimental.

“No son valientes los que no tienen miedo, sino los que acaban conquistándolo”

Victoria González Alfonso

Colegiada CV7455

 
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